Telos, nº 74
Poco tiene de discutible que lo que somos está condicionado por lo que nos rodea y esto promueve que nuestra identidad se vaya horneando en una sociedad donde la cultura de la imagen proyecta una realidad “desde el otro lado del espejo”. Hace unos años, no tantos, las personas se relacionaban entre sí cara a cara, pero ahora, esos roles han cambiado y tomamos como real la comunicación que se establece este los medios de comunicación masiva y “la masa” de oyentes y televidentes.
Me viene a la cabeza esa especie de relación que se establece en los programas de máxima audiencia, donde piden un mensaje para votar tal o cual, donde el curso del programa lo dirige el propio espectador. Muchas veces me sorprendo de la cantidad de incautos, ignorantes e ilusos televidentes que caen en las garras de un 806 sintiendo que tienen algo que decir en lo que están televisando. ¿No se dan cuenta de que están financiando mediante el pago de esas llamadas y mensajes a un grupo publicitario, televisivo o lo que sea que fomenta la incapacidad de decisión, la manipulación de masas y la persuasión mediante sugerentes anuncios?
Como señala Mª Pilar Carrera, la masa “comunicativa” –receptores de un mismo mensaje– que, se dice, quedaría anulada desde el momento en que los públicos receptores se fragmentan –ampliación del menú de los medios clásicos– o la recepción misma se convierte en un mosaico y el espectador clásico accede a la emisión, pero aunque el espectador acceda a la emisión, éste, repito, incauto, no es más que un pelele al servicio de las arcas dinerarias de unos vendedores de ilusiones y de sueños que solo se cumplen mientras esté el piloto encendido. Esta idea de hombre-masa es sinónimo de hombre alienado y pasivo consumidor. «Los media electrónicos no sólo debilitan la autoridad permitiendo a aquellos peor situados a nivel jerárquico en la escala social acceder a mucha información, sino también permitiendo incrementar las oportunidades para compartir información horizontalmente. El teléfono y el ordenador permiten a la gente comunicarse sin pasar a través de canales. Este tipo de flujo horizontal de información es otro argumento disuasorio significativo para el liderazgo centralista totalitario» (Meyrowitz, 1985)
Es cierto, el mito de la caverna se hace realidad a diario. Aquel que sale, explora y se libera de sus cadenas se ciega con tanta claridad, y mientras, los encadenados ven pasar la vida de otros en el reflejo de una pared. No sirve de nada gritar, ni rogar que se desprendan de esas cadenas que posiblemente ellos mismos se hayan amarrado, “no den lo santo a los perros (´Prov 9:7; Prov 15:12; Mat 10:14), ni tiren sus perlas delante de los cerdos, para que nunca las huellen (Heb 10:29) bajo los pies, y, volviéndose, los despedacen a ustedes”.
¿Sería posible liberarnos de esas cadenas, ignorar todo canal de difusión masiva?
Mini-blog los hitos de Olimpia
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